El peligro


De las torres vigías de Occidente
salen bueyes y lunes y catecismos
para que no triunfe el blanco
ni el rojo
para que la belleza no supere
las barreras establecidas
para que
tu niño se contenga para que
no se crea demasiado
porque el demasiado es el peligro:
el demasiado,
el loco,
el curvo,
el que odia todos los nosotros.

Solo libertad


Solo ensuciar la chaqueta metálica de la noche
..........hasta que salte el leopardo que duerme en la avellana.
Solo agitar la corbata planchada de los relojes
..........hasta que estalle el cristal que defiende la prosodia.
Solo escribir como si fuera la última vez.

Decir, por ejemplo:
El coche que mató a Lady Di daría para un buen anuncio
..........de acordeones.
Decir, por ejemplo:
Me gustaría coger una ola tan alta como el largo de tu pelo,
..........y correrme despacio en tu cara
..........como si fueras una activista de Greenpeace.

Solo atacar las hebras nerviosas del aire
..........como si cada día fuera el colmillo sediento de un perro.
Solo crujir el teclado de las ocho horas
..........con la serpiente de madera de tu maldita ambición.
Solo soñar.

Decir, por ejemplo:
Aquel muchacho aprendió tanto aquella noche
..........que su cerebro ya no cabía por las puertas
..........de El Corte Inglés.
Decir, por ejemplo:
El escote de Rachel Welch ofrece espacio de sobra
..........para que vivan dos avispas y tres clavicordios.
Decir, por ejemplo:
¿Es cierto que el rey vendió a su padre? ¿Es cierto que el
..........rey mató a su hermano? ¿Es cierto?

Solo atajar las líneas rectas de los funerales y crear
..........nuevas variedades de ruido.
Solo gritar sin que pidan gritos y comer carne de ciervo
..........por ninguna necesidad.

Solo libertad
dentro del poema
solo libertad
solo.

También os quiero


Así os quiero, tal como sois,
mujeres como violines y leopardos,
tiernas y feroces, a veces de hierro
y a veces de diamante forjadas,

siempre rebeldes,
siempre intensas,
siempre guerreras,

pero si no os alcanza la sangre al alma,
también os quiero.

Si os falta la llave de vuestra estrella,
también os quiero.

Si bebéis sin pausa el vino del miedo,
también os quiero.

Si no valéis para martillo, si teméis
a la lluvia, si acusáis tristeza perenne,
si sois calladas y cobardes,
también os quiero.

Un loco que se cree Batania


Cada vez que mi verso
se pone en los tacos de salida
siento una muchedumbre
de voces en la cabeza, siento a mis
bisabuelos y abuelos
muertos y analfabetos
mirando por encima de los hombros,
siento a mi padre, que aprendió a golpes
la lengua castellana, siento a más
de cien generaciones que me observan,
que me examinan
con la mirada dura de tanta hambre,
de tantos siglos mudos
que debieron pasar para que alguno
de sus hijos tomara la palabra,
la palabra desnuda,
la palabra increíble, la palabra.

Por eso pido excusas
a todos los poetas,
pero no quiero escribir
como se hace ahora,
como si la palabra no sirviera.

No quiero escribir entre líneas
sino escribir las líneas solamente.

No quiero perseguir a la belleza
sino hallar palabras
que se dejen poner detonador.

No quiero escribir versos:
lo que quiero es llenarlos de caballos.

No quiero sugerir
sino morder con rabia,
con la rabia insaciada del que sufre
lo tarde que llegó su primera vez.

Decir por qué murió la libertad.
Por qué nos cancelaron la justicia.
Escribir
como si el poema
fuera aún importante,
y portarme yo mismo como un loco
que se cree Batania.


Los indignados


Se distingue al indignado en que lleva las pupilas como mal encajadas en los ojos. Y los ojos como mal encajados en la cara.

El indignado escribe en la pizarra con tiza azul: la Tierra precede a la geología y el hombre a la democracia.

El indignado sueña en el verso de los incisivos pero actúa en la prosa de las muelas.

La cabeza del indignado va hinchándose cada semana al ritmo que marcan los agentes de policía.

La diferencia entre un indignado y un revolucionario no existe. En el cielo juegan a los siete errores.

Un indignado no mata a los malos pero tampoco les llora si se mueren ellos solos.

Descubrí una vez a un indignado subido a una acacia. Con una pancarta: “Reniego de los humanos: solicito un pasaporte de pájaro”.

La garganta del indignado es enorme, parece un túnel cruzando otro túnel, nunca se termina de cruzarlo. 

Los pulmones de los indignados llevan metralla de sobra para sus gritos de temporada.

Un indignado afirma como afirman todos los hombres. Pero basta que diga NO para que surja el Aconcagua.

Me encontré con los indignados de mi ciudad. Pasaron riendo cerca de mí. Ni siquiera me pegaron. No entiendo por qué. No podía dejar de pensarlo. Volví sobre mis pasos.


Me uní a ellos.


Qué lástima


¡Qué lástima nos dais,
madrileños sopladores de banderas,
qué lástima vuestra triste ciudad
parada en el mismo lugar de la tierra!

¡Qué lástima vuestros hombres heteros
que nunca ofrecerán sus pollas
por miedo al semen de las linternas!

¡Qué lástima vuestras mujeres heteras
que nunca ofrecerán su culo
a los taladros de las cervezas!

¡Qué lástima vuestros policías milojos
que al negro vigilan y acosan y encarcelan!

¡Qué lástima
tanto fuego que no arde,
tanta ley que no abriga,
tanto alcohol que no prende,
tanta paz que no llena!

¡Madrid capital de nada,
que naciste sola y morirás sola,
qué lástima!

Las selvas ceden...


LAS SELVAS ceden, los nodos avanzan, los autobuses al rombo por ciento salen de madrugada y se aparean con las farolas, habrá parada de metro en el Mar Blanco, ambigús en el Himalaya, multicines en el Machu Picchu, McBurger en el Niágara, nada detendrá al Avida Dollars y su dragón de color trueno, nada detiene al milpiés que nunca duerme y nunca perdona, los coches rugen, el caucho canta, el oro brilla entre fresas y tulipanes, ¡qué belleza de puentes llevando mercancías sin alma! ¡Qué belleza de balcones luciendo flores sin fragancia! ¡Belleza de libros sin ideales! ¡Sin amor! ¡Sin quizás! ¡Sin mañana!

El cóndor del nosotros


Vas,
como un tímpano por un túnel,
como una bala lanzada contra el revólver,
mostrando tus venas salvajes tus tripas salvajes tus dientes,
y nada te falta nada te niebla
te sobra energía te sobran municiones.

Cuesta odiar las banderas que te han tocado.
Odiar a tu madre negar a tu madre borrarla.
Cuesta huir del rojo de los raigones,
fundar a otro hasta no reconocerse.

Cuesta el nadie y el cóndor del nosotros.
El padre arriado, la noche en huesos, el miedo.
Cuesta seguir pero no quieres rendirte.
Escucha, poeta:
tu futuro es demasiado claro para ser cierto;
el que ataca a los dioses
no debe fracasar necesariamente.

Las nuevas flores de la desobediencia


Siempre habrá monjas malcaradas que lean torcido el Evangelio. Y niños que seguirán naciendo con un erizo en la cabeza. Y mujeres con un solo ojo lleno de ojos y dentro más ojos. Nuevas formas de rebeldía como vencejos a ras del suelo se reirán de las águilas imperiales. Nuevas flores de desobediencia hasta ahora ni siquiera soñadas se cultivarán en los arrabales donde viven los nadies. Formas de vida hasta ahora imposibles saldrán por fin de la botella. Pasará algo. Saldremos de los ataúdes donde vivimos. Vendrán noches tan espléndidas que se necesitará un nuevo idioma para comprenderlas. Amores tan intensos que faltarán poetas para cantarlos. Ideas tan asombrosas que bastará pronunciarlas para que este mundo se vuelva más libre y más alegre y más hermoso.


Por si acaso


POR SI ACASO. Porque nunca se vio césar derrocado por un verso o guerra detenida por un libro, pero por si acaso. Nunca se curó la enfermedad con una metáfora ni cedió el hambre con un adjetivo, nunca se detuvo un banquero ante una coma ni temió un general el alfabeto fenicio, pero por si acaso (seguiré escribiendo. seguiré intentando. aunque la literatura no pueda. aunque la palabra no alcance. aunque mi voz no sirva. contra los fabricantes de muerte. por si acaso.)

Vivienda / Viviendo


Señores del gobierno infinitivo,
participiamente diputados,
díganme cómo,
dónde comer sin comiendos,
dónde soñar sin soñandos,
de qué manera,
cómo reír sin riendos,
cómo cantar sin cantandos,
cómo el amor, cómo el beso,
cómo el feliz fornicio,
señores del gobierno infinitivo,
participiamente diputados,
escuchen, atiendan el gerundiando:

Si no hay vivienda no hay comiendo.
Si no hay vivienda no hay amando.
Si no hay vivienda no hay riendo.
Si no hay vivienda no hay soñando.

Si no hay vivienda no hay viviendo.

Los extranjeros


Ningún águila de oro volaba sobre Lauros
el día en que nació mi padre; en Astobieta
no había escudos de armas ni aldabas repujadas;
no había arpas ni acordeones ni libros
duros en anaqueles de cedro. Mis ancestros
fueron hojalateros, patateros, cabreros,
molineros, peones, carreteros, labriegos
que miraban la luna para plantar las berzas,
pastores que ordeñaban vacas, castraban toros,
mataban gatos blancos, segaban hierba fresca
tres veces cada año, montaban el caballo
sobre la yegua y recogían argoma,
yo
procedo de un linaje sin linaje,
de una aldea de avena sin historia,
un pueblo protegido y forrado de silencio,
un pueblo de solos y de nadies.

Nadie de Lauros rindió Tenochtitlan.
Nadie persiguió ballenas hasta Terranova.
Nadie posó ante el árbol de Gernika.
Nadie lloró al derogarse los fueros.
Nadie se alzó contra los franceses.
Nadie supo del 98.

Yo quiero contar una historia, la historia
del hombre Euskadi y el hombre España,
la llegada de los hombres de las banderas
con el dedo acusante y los ceños fruncidos
a mi pueblo labriego de boronas y de nadies.
Cómo tomaron Lauros. Qué nos dijeron.
Cómo nos hicieron creer que ganamos batallas
en guerras fabulosas donde nunca luchamos.

Yo quiero contar la historia del hombre
que olvidó a su pueblo de nadies
hasta que vio a su padre agonizando
y entonces recordó
que en su casa no había escudos de armas,
en su casa no había retratos al óleo,
en su casa nunca nació un militar,
en su casa nunca un escritor,
en su casa nunca nadie fue nadie.

Yo soy esa historia. Soy el hombre
que cambió la azada por la pluma
y quiere cantar lo suyo y de nadie.
Soy el hombre que quiere
morder y pisar las rosas.
Soy el que miraba las botellas de suero
en la agonía de un hospital
y descubrió el bulto cancerado
que ocultan las historias grandes.
Y dijo: yo soy nadie
y los vascos son extranjeros.
Y dije: yo soy nadie
y los españoles son extranjeros.

Y digo: viva nadie
y guerra al extranjero.

Los saciados


No escupen gusanos contra las corbatas.
No atacan las hebras puras del silencio.
No lanzan proclamas a los funebristas.
No dudan ni borran los telediarios.
No arriesgan su nadie en los calabozos.
No manchan las lunas ni el metacrilato.
No saltan las bardas de la policía.
No gritan consignas contra los escaños.
No infringen las leyes de la estricnina.
No cortan las calles no ocupan las plazas
no queman banderas no escriben libelos
no exigen justicia no corren no escapan
no sufren no insisten no claman no luchan.

Ellos no.

Las fresas


Siempre le pedía fresas a mi madre
y mi madre me gritaba
las fresas en mayo las fresas
en mayo.

Y cuando mayo llegaba
yo era un bosque de fresas
y en las piernas fresas
y en las muñecas
y en el puente de la risa.

Pero desde que la ingeniería genética
ha demostrado
que las fresas antiguas se equivocaban,
tengo fresas de enero a diciembre,
el lunes y el martes,
el miércoles y el remiércoles
y hasta el 107 de abril.

Y ahora todo me es
un cansancio de fresas
y un tres por dos
y un bah
y un dejadme en paz.

Antes de que el fascismo vuelva a España


Antes de que el fascismo vuelva a España,
dile a la chica de la media melena amarilla
que te gusta el reflejo que hacen sus ojos
cada vez que se pone su jersey de cuadros,
planta un árbol, quita el polvo a tus libros,
pide hora para una nueva revisión médica,
repasa el pasaje de Tácito donde Calgaco
arenga a los caledonios contra los romanos

y escribe, sobre todo escribe
lo que quizá puedas escribir por última vez
causando tan solo silencio o indiferencia,
ataca a esta España racista que persigue
a las cebras azules y a los cisnes rojos,
di lo que hace ese estado, denuncia que

España nació contra el moro y el judío,
fletó barcos bajo la cruz de la codicia
y destruyó al indio de cien cabezas,
España robó tierras y borró mentes,
prohibió libros, quemó los códices
y pagó la plata con pólvora y viruela,
España embruteció, extendió los piojos
de la culpa, propagó un dios demente
que teme a las mujeres y a los cuerpos,

escríbelo, ¡ya estás tardando en escribirlo!,
y saca pecho, que vean que no tienes miedo,
recuerda que has venido a Madrid a destruirte
y que la cárcel no es nada para un poeta,
¡la cárcel en España siempre fue un hogar,
otra fragua de palabras para el poeta!,

y vete por fin a ver un partido del Rayo,
riega los geranios, paga tus deudas,
termina de una vez La montaña mágica,
llena de comida y agua el bol de tus gatos,
camina por el medio de la calle sin paraguas
y disfruta hasta empaparte de lluvia,

antes de que el fascismo vuelva a España.

A los veinticinco años


La gente de Madrid se mata
a los veinticinco años.

La gente de Madrid nace
blanca y crece en rojo,
pero se mata a los veinticinco años.

La gente pinta y sueña
cometas y bufandas,
pero se mata a los veinticinco años.

Se abre en la cuna
y ríe adolescente,
pero se mata a los veinticinco años.

Se cuelga en la soga de la hipoteca.
A los veinticinco años.
Se tira del séptimo del matrimonio.
A los veinticinco años.
Se toma el veneno de los hijos.
A los veinticinco años.
Se pega el tiro de las ocho horas.
A los veinticinco años.

Aquí siempre trabaja
el mismo marmolista:
Raquel Merino: muerta
a los veinticinco años.
Aurelio Guerrero: muerto
a los veinticinco años.
José Carvajal, Julián Gómez, Rosa Cañas,
tus amigos no te olvidan: muertos
a los veinticinco años.

¡Si hubieran salvado a su héroe!
¡Si hubieran vivido a contramuerte!
¡Si hubieran sembrado claveles con alas
o lunes trepando por los trapecios!

A los veinticinco años.
La gente de Madrid se mata a los veinticinco años.
Fallecida de muerte natural
a los veinticinco años.


Hubiera yo nacido...


Hubiera yo nacido en una tierra
con una sola calle
y una sola tasca
y una sola fuente,
con una lengua tan linda
que no pudiera llamarse Lengua,
con una historia tan corta
que no pudiera llamarse Historia,
con mujeres feas y torcidas
que se entregaran a cualquiera
sin promesas ni para siempres,
hubiera yo nacido en una tierra
sin nadie a quien atacar
y nadie a quien defender,
sin ningún caballo de mármol
que deba soportar a un héroe
con más pedestal que estatua,
¡hubiera yo nacido
en un lugar tan pequeño
que no supiera de himnos
ni de orgullos
ni conquistas
ni banderas!

Siembra


El miedo que tuve,
si pudiera encerrarlo en una ballena muerta
y ponerlo al sol colgado de unos cables eléctricos,

el miedo a vuestra necesidad de fruto,
a vuestros pájaros con números de oro
cantando en las jaulas registradoras,

el miedo que tuve y ya no tengo
porque sembré una casa:
la que ahora estalla de gerundios en flor.

La nectarina


Esta misma mañana,
en la frutería de al lado,
al caerse al suelo
una de mis nectarinas,
el frutero me ha dicho
“perdone caballero,
ahora se la cambio”,
pero me he negado,
no me parecía justo
cambiar una nectarina
por una caída,
una caída sola,
yo que he sufrido tantas...


El andamio


Se tarda tanto
en caer
de un andamio
si eres
marfileño,
si eres
argelino,
si eres
peruano,
que tienes tiempo
de sobra
para recordar
el azucarillo del café
de las nueve,
la quiniela fallida
por culpa del Barça
o el último beso
carminado
de aquella chica
que no era
tu mujer.
Se tarda tanto
en caer
de un andamio
si eres
búlgaro,
si eres
marroquí,
si eres
rumano,
que los diarios
publican tu muerte
cuando aún vas
por el aire,
y tu familia
llora ante el ataúd
y deja crisantemos
mientras sigues
cayendo,
y pasan los días
y los meses
y los años
y todavía estás
en el aire
preguntando
dónde
habrá un suelo, 
cuándo
se acabará todo,
por qué
no se pone fin
a esto
si eres
saharaui,
si eres
esloveno
si eres
boliviano.